“Hace
cinco siglos, la gente y la tierra de las Américas se incorporaron al mercado
mundial en carácter de cosas. Unos pocos conquistadores conquistados, fueron
capaces de adivinar la pluralidad americana, y en ella, y por ella, vivieron;
pero la conquista, empresa ciega y enceguecedora como toda invasión imperial,
solo podía reconocer a los indígenas, y a la naturaleza, como objetos de
exploración o como obstáculos. La diversidad cultural fue descalificada como
ignorancia y penada como herejía, en nombre del dios único, la lengua única, y
la verdad única, mientras la naturaleza, bestia feroz, era domada y obligada a
convertirse en dinero. La comunión de las culturas americanas, y este pecado de
idolatría mereció castigo de azote, horca y fuego.
Ya
no se habla de someter a la
naturaleza; ahora sus verdugos prefieren decir que hay que protegerla. En uno y en otro caso, antes y ahora, la naturaleza
esta afuera de nosotros: la civilización que confunde a los relojes con el
tiempo también confunde a la naturaleza con las tarjetas postales. Pero la
vitalidad del mundo, que se burla de cualquier clasificación y está más allá de
cualquier explicación, no se queda nunca quieta. La naturaleza esta en
movimiento, y también nosotros, sus hijos, que somos los que somos y a la vez somos
lo que hacemos para cambiar lo que somos. Como decía Paulo Freire, el educador
murió aprendiendo: somos andando.”
Patas arriba, Eduardo Galeano
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